En los últimos años ha calado en la sociedad, y en las empresas, el concepto de transformación digital. Como cualquier concepto que se pone de moda tiende a vulgarizarse y ello puede llevar a perder su significado y su importancia. Algo de lo que todo el mundo habla, pero pocos saben definir. De tanto usar el término, y en un proceso de vulgarización del mismo, la tendencia es a entender que debemos pasar de un entorno analógico a un entorno digital (en el que realmente ya estamos) y que este paso para las empresas se hace crítico para su supervivencia en un mundo altamente globalizado. Así entendido parece que la transformación digital es un proceso de principio y fin, y donde los más escépticos tienden a pensar que ello supone dar el poder a las máquinas dominadas por lo digital (nada nuevo que no haya ocurrido en los inicios de la revolución industrial). Nada más lejos de la realidad.
La transformación digital es un proceso infinito, es una dirección a seguir, una flecha que nos orienta y que supone embarcarse en el camino del “principio de incertidumbre” que definió el físico alemán Heisenberg (nunca podemos determinar el lugar exacto de una partícula porque sólo el hecho de observarla modifica su posición). Iniciar el proceso de transformación digital supone el asumir el cambio como estado permanente en un contexto de incertidumbre también permanente. Mientras decidimos que tecnologías vamos a utilizar para el cambio, estas mismas tecnologías están evolucionando u otras nuevas vienen a sustituirlas. Es un proceso de “coevolución de tecnologías” como dice Xavier Ferrás.
La transformación digital no va sólo de tecnologías (que también), va de cultura organizacional y de personas. Es necesaria la hibridación del cambio cultural en las empresas, las personas y la tecnología. Lo uno sin lo otro no funciona. Esto no es un problema de los departamentos de informática de las empresas, es un problema de visión, de estrategia, de modelo de negocio y de management que implica a toda la organización. Gestionar el cambio que supone la transformación digital cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer tiene su complejidad. En este proceso de cambio el fin de algo es el inicio de alto nuevo, muchas veces desconocido. Las organizaciones, además de tener que asumir el cambio en contextos de incertidumbre, deben asumir dos cosas más: primero, un proceso de reinvención permanente y, en segundo lugar, la desaparición de los departamentos estancos en favor de las interconexiones y de los ecosistemas (tecnológicos y no tecnológicos. Estos dentro de la propia empresa como con el entorno, creando cadenas de valor internas y externas).
Las organizaciones que funcionan como ecosistemas se caracterizan porque no existe el “ese no es mi problema” sino que se sustituye por “es nuestro problema”.
Muchas personas piensan en la transformación digital como un dilema ético, aludiendo a que se produce una pérdida del poder del hombre en favor de las máquinas dominadas por la tecnología. No hay duda de que máquinas y tecnología han reducido la penosidad del trabajo de las personas. Infinidad de puestos de trabajo mecánicos y repetitivos han desaparecido y lo seguirán haciendo, pero hay algo que nunca podrán hacer las máquinas: asumir la responsabilidad. La responsabilidad no es delegable en la tecnología, es un atributo que sólo y exclusivamente pueden asumir las personas. Y la responsabilidad conlleva implicación, compromiso y dedicación.
La transformación digital, en ese proceso de reinvención permanente, de estado de “parto” –nacimiento- continuo, da luz a nuevos perfiles profesionales, que en el mismo momento de nacer ya inician su propia transformación pero algo siempre va a permanecer si quieren seguir teniendo valor para las organizaciones: saber asumir la responsabilidad y hacerlo entendiendo el ecosistema, los contextos de cambio y de incertidumbre. Se pueden establecer diferentes niveles de responsabilidad, sin duda (y no necesariamente asimilables a los organigramas de mando empresarial), pero cuando esta se produce sólo y exclusivamente en mi compartimento estanco sin entender el ecosistema ni las relaciones de complejidad que se producen en el mismo, esa responsabilidad merma su valor, y lo hace porque no está entendiendo el ecosistema.
La transformación digital de las organizaciones supone también un cambio en la forma de entender y ejecutar la responsabilidad de cada uno.
Soy consciente que esto no se aprende en las universidades, sino que forma parte de la maduración personal y laboral de las personas, pero de lo que no tengo dudas es que la competencia asociada a asumir y ejecutar la responsabilidad es clave en los procesos de transformación digital de las organizaciones porque la tecnología nunca será capaz de asumirla por mucha inteligencia artificial que desarrollemos.
Pablo Priesca Balbín
-Director General -